Q.C. PASSED

domingo, 23 de marzo de 2008

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Y con nota oiga.
Qué buena novela la de Fco. Glez. Ledesma. Qué evasión tan placentera a los oscuros callejones de la novela negra. Qué venganzas, que ambiente, qué personajes tan marcados, tan de novela negra. Y con esos finales que... en fin, no estoy por spoilear así que hasta aquí puedo leer.
De este libro (naturalmente hablo de "Una novela de barrio") no creo que hable mal mucha gente.
Durante más de un pasaje me recordó bastante a la, en mi opinión, sobrevalorada "La sombra del viento" pero para mi gusto "Una novela de barrio" tiene un puntito de ortodoxia (magistral, por cierto) que la hace superior. Siempre he dicho que a mi, además de lo que un libro me cuenta, me influye muy especialmente el cómo me lo cuenta. Esta diferencia marca en mí la línea imaginaria que separa lo bueno de lo mejor y lo mejor de lo execelente. González Ledesma, a caballo quizás entre la ironía e irreverencia de Arturo-Pérez Reverte y la distancia y el desdén del desaparecido Manuel Vázquez Montalbán va ofreciendo todos los elementos que se le exigen a una novela del género para después, además, dosificar el punto que la hace mejor primero y excelente después.
La verdad es que Ledesma (y sobre todo mi madre, que para eso me regaló el libro) me recuerdan que no sólo de Sci-Fi y Fantasía vive el hombre (el friki igual sí, pero es que no estoy yo muy cómodo con eso de adjetivarme de tal guisa), que en otros territorios que de lejos intuimos páramos también hay jardines como los de Suldrun.
Cuando polemizo con alguien sobre la añeja etiqueta que tanto las obras como, sobre todo, los lectores de la tríada apestada (léase Fantasía, Ciencia Ficción y Terror) llevamos en todo lo alto, al final suelo terminar diciendo lo mismo: con independencia del género lo bueno, gusta. Y "Una novela de Barrio" es una gran novela.
Gracias mami.

Y VAN...

sábado, 8 de marzo de 2008

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Ahora que había conseguido algo de tiempo y coincidiendo, además, con la rendición final de los Cuentos de Terramar, tenía pensado actualizar el blog (que falta le hacía ya, pardiez) y contaros mis impresiones de la última obra de Francisco González Ledesma, pero justo antes de irnos a casita a comer, en vez de las delicias culinarias de cada uno nos hemos tenido que comer este sapo.
Lo malo es que, serenado el espíritu, cuando el intelecto retoma el control de nuestras personas, no nos queda otra que reconocer que es una más. Y van...
Con cada muerto vuelve el mismo debate: que si pena de muerte, que si alimañas sin corazón, que si están en las últimas, que si..., que si..., que si...
Yo estoy harto. Harto y cansado. Harto de boquear lamentos e imprecaciones, harto de imaginar el atisbo de infierno que le queda a la familia, harto de llorar el llanto de niños que pierden a sus padres para siempre, harto de que se me encoja el corazón y el pecho me apriete con el terrible peso de la irreversibilidad del espanto asesino, harto de la impiedad y la deshumanización, harto, harto, harto, harto. Hasta la saciedad estoy harto del dolor.
Y también, quizás debería decir "sobre todo", cansado. Cansado de nuestros políticos irresponsables, mediocres e indignos de la nación que los elije porque en la mayoría de los casos es que no hay otros. Cansado de los mismos discursos estúpidos, vacuos y sin la menor credibilidad. Cansado e indignado con la tranquila lejanía desde la que se negocia políticamente con el dolor y el horror de otros, siempre de otros, mientras cuidan de no salirse de la foto de lo políticamente correcto. Cansado de los vascos, las vascas, las nafarroas, las ikurriñas, los gudaris, los alberdi eguna y toda la parafernalia nacionalista. Agotado. Hasta los cojones.
Quizá sea cierto, como me dijeron en una conversación hace ya un tiempo, que lo fácil es ser pesimista y dejarse arrastrar por la desesperanza, quizás sea verdad que nuestra fuerza, la de los que creemos en el respeto a los demás (y no digamos ya en el respeto a la vida) sea la perseverancia ante el terror, la permanencia impasible ante la ofensa nauseabunda, la certeza absoluta de nuestra superioridad ética, inquebrantables ante el enemigo que solo tiene el recurso a la fuerza. No sé. Igual.
Pero igual no. Porque el problema para mi no es ETA, o mejor dicho, no es solo ETA. Y para muestra un botón, bueno, o muchos botones, tantos como para zurzirlos en sotana cardenalicia y aún sobrarían. Cada atentado, cada crimen, deja un reguero de solemnes declaraciones y reacciones intachablemente solidarias y democráticas. Pero no hacen falta muchos días para que todo vuelva a la "normalidad". Con el muerto de turno enterrado, fuera ya del prime-time televisivo nuestros probos representantes políticos, prohombres donde los haya, vuelven a estar en su salsa, que es el fango de la desverguenza y de la inmoralidad.
Porque analicemos. Mis compañeros y colegas del partido socialista (del que ya he dicho en alguna ocasión que soy militante) viven sumidos en las fiebres democráticas del buen rollito y la foto correcta. Nada de tensiones, y si hay que pactar se pacta aunque sea con el susum corda que para eso somos, como buenos pesoeistas, los más guays. Nada de tensiones ¿eh?. Al PNV como el pulpo: ni tocarlo, que además, sería criminalizarlos y eso suena a ofensa gruesa y desmedida viniendo un pesoeista de rancio abolengo.
Lo de los populares es lo de siempre: o sus cojones por delante o somos todos antipatriotas y vamos directos al desastre, que para salvar patrias (españolas o, llegado el caso, vascas) ya están ellos que de eso saben un rato. Y es que lo que han hecho con el tema del terrorismo no tiene nombre. Ni nombre ni límites. Aunque ellos, por supuesto, ya se sabe: sostenella y no enmendalla.
¿Y mis amigos nacionalistas? Je, je. Con estos se rompió el molde. De los anteriores podemos decir que o son tontos del culo y la rosa o son cuadrados cuan desfile marcial. Pero los nacionalistas están lejísimos de tener un pelo de tonto, lejísimos, a años-luz oiga. Y de cuadriculados nada, son artistas del malabarismo y la tragicomedia que tan pronto pactan con los eternamente acomplejados del psoe como con los megamaxifascistas represores del pp. Y por supuesto, como buenos vascos, comprensivos con estos traviesos muchachines de ETA, pactan con Herri Batasuna (o con el nombre que le toque esta vez) lo que haga falta.
Y ahora veamos la otra parte del pastel, la del día después. O mejor, la del mes después o del año después. ¿Y que vemos? Que el pp sigue diciendo que o su política antiterrorista o se traiciona a los muertos, que el psoe pone las dos mejillas (y no pone más porque no tiene) para aguantar los ostiones y escupitajos nacionalistas, que a los asesinos les sale rentabilísimo matar en nombre de Euskadi (o de lo que sea, que a fin de cuentas para ellos lo importante es seguir matando y mantener su status de camorra napolitana, da igual en nombre de qué), que el gobierno vasco del PNV le sigue alquilando al submundo abertzale un resistente paraguas moral (y financiero, dicho sea de paso) que les ampare del ataque de "los otros" (léase "los españoles") y que mientras tanto, olvidadas e injuriadas, las familias de los muertos velan fosas cada año en el día de los difuntos, llorando en medio del desconsuelo del que se sabe solo y abandonado. Y ojo al dato señora, que en todo este tema el precio de las muertes no lo paga la democracia, ni el estado de derecho, ni España, ni la convivencia ni ninguna otra de las demás mingadas que les da por decir a los políticos de turno. El precio de todo este gigantesco pasteleo lo pagan los muertos, los que jamás tendrán ni una sola oportunidad de seguir adelante, los que ejecutaron sin decir esta boca es mía y lo pagan también sus familiares, que los pierden para siempre.
En fin, ya les dije: harto y cansado. Por el camino que vamos, digan lo que digan nuestros indignos e irresponsables políticos, jamás ganaremos esta lucha. Que pena tan grande, que desoladora tristeza.
D.E.P. compañero Isaías, algún día alguien tendrá que reivindicar para vosotros el infinito valor de los hombres y mujeres que vivís y afrontáis el infierno de la infamia y la extorsión en un país donde ni hay libertad de expresión ni se le espera y donde el valor de la vida se mide en escaños o en referendums de autodeterminación.