¿HURACÁN OBAMA?

viernes, 7 de noviembre de 2008

Normalmente me la trae bastante al pairo lo que decidan para su país sus respectivos ciudadanos. En el caso de Estados Unidos la apatía suele ser involuntariamente mayor, entre otras cosas, porque ni vivo ni pretendo vivir en el mal llamado país de la libertad. Sin embargo, a estas alturas es una perogrullada constatar el tremendo impacto político-mediático que ha tenido la victoria del canditado Obama en las presidenciales yanquis.
Estados Unidos, por decirlo de la manera menos incorrecta politicamente hablando, no es un país que me de ninguna buena vibración, de la misma manera que tampoco tengo una imagen particularmente buena de un pueblo que ha elegido, por dos veces consecutivas, a un criminal como George W. Bush para dirigirles y representarles. Digamos que son personas que están ahí, que tienen una influencia mundial poderosa e innegable, pero que me caen lejíííísimo.
Es muy posible, lo reconozco, que la imagen que tengo de ellos esté estereotipada. Pues vale. También es muy posible que la realidad social de los Estados Unidos sea infinitamente más diversa que lo que ofrecen la televisión, internet o sus numerosas películas. Pero qué quieren que les diga. Son el país que pone y quita dictadores, inventa democracias que no lo son, secuestra y encarcela a personas porque sí, invade países en cualquier continente, embarga, somete y condena a pueblos vecinos a la miseria y el hambre... etc, etc.
De la misma forma que cuando estuve en Roma jamás me llegué a sentir extranjero, pisar suelo americano (estadounidense, mejor dicho) me lo imagino como una aventura arriesgada donde en cualquier momento aparecerá un poli implacable que sin preguntar (ni falta que le hace) me sacudirá de lo lindo y luego me encarcelará o vaya usted a saber qué, sin que yo pueda ni siquiera decir esta boca es mía. En fin, kafkiano que es uno.
O paranoico si prefieren ustedes, pero es que desde mi más tierna infancia mi padre me inculcó una pasión por los derechos civiles que se resiente y chirría cada vez que veo cómo sociedades avanzadas y civilizadas renuncian tan tranquilamente a ellos sólo porque un charlatán de feria les mete el miedo en el cuerpo y de repente ese miedo deviene en la excusa perfecta y repetitiva con la que poco a poco, sin ruido pero sin pausa, destrozan el fruto de miles y miles de sacrificios personales que hoy ya son historia.
No obstante hay que ser justos y si es cierto que EE.UU. es el país que pone y quita dictadores, inventa democracias que no lo son y todas las demás cosas que mencioné antes, también hay que decir que son un pueblo que han escrito su corta historia haciendo de la libertad religión. Por eso me apena que hoy sea el país que es. Bueno, o era, al menos hasta ayer.
Porque la victoria del futuro primer presidente negro de la histora de EE.UU. rompe muchos e importantes moldes.
El tiempo dirá, pero la victoria de Obama creo que reivindica un país digno y, quizás, un poquito mejor. Mejor para los estadounidenses en primer lugar, claro, pero también mejor para el resto del mundo sobre el que los EE.UU. tiene tantísima capacidad de influencia.
No soy un ingenuo y no espero alardes, a fin de cuentas el nuevo presidente sigue teniendo un imperio que administrar y esas cosas no se hacen a base de dar besos o repartir sonrisas, de modo que imagino que continuaremos viendo invasiones y alguna que otra guerra (Bill Clinton, desde luego, no se cortó mucho al respecto). Pero sí tengo la esperanza de que se reduzcan lo máximo posible y tengo también la esperanza de que el totalitarismo y el fascismo de presidente cesante ceda el paso a una época en la que los yanquis vuelvan a valorar la trascendental importancia de los derechos civiles por los que tanto lucharon sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos y no renuncien a ellos tan fácilmente.
La esperanza es hermosa, vaya que sí. Veremos qué ocurre pero la verdad es que hoy la bandera americana me da un poquito de menos miedo. Ojala mañana la encuentre incluso amable.
Mucha suerte yanquis.

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